La vida democrática no es un lecho de rosas, y nadie espera que nuestros parlamentarios dediquen su tiempo a intercambiar bromas. Pero hay límites. Las primeras horas del debate sobre la reforma de las pensiones dan un panorama patético de la política. La oposición eructando, golpeando la mesa y multiplicando las mociones de procedimiento. Un ministro que tiene que intentarlo diez veces antes de poder decir la segunda frase de su discurso. El presidente de la asamblea general obligó a suspender la sesión para restablecer la paz. Se nos dice que es el espíritu de los tiempos, que ciertas series de televisión podrían vaticinar que nuestros diputados terminarían trayendo una cultura enfrentada entre las paredes del salón. Esta bronca contrasta con el ambiente de las procesiones, donde la ira se expresa abiertamente, pero por ahora –y al cerrar este diario– comedida, sin violencia. Es un mundo al revés: ¡la calle parece más sabia que sus funcionarios electos!
Este exceso bien podría servir a la causa que dice defender. Según la movilización (y muchas encuestas de opinión), una gran parte de los franceses está en contra de aumentar la edad legal. La batalla de la opinión parece perdida para el gobierno. Es fruto de una inteligente estrategia de los sindicatos, que han sabido evitar la impopularidad de su movimiento y que, habiendo aprendido de la crisis de los chalecos amarillos, la apoyan y canalizan. Si pensaron que encontrarían los mensajes en Asamblea, podrían sentirse decepcionados. De momento, las oposiciones se contentan con gestos infantiles. Se han previsto un total de cincuenta días para el debate parlamentario. Demasiado corto, por favor revise algunos. Por otro lado, si el tono no cambia, puede sentirse muy largo.
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